El director de orquesta hizo un último ademán mientras sonaban los acordes finales de la majestuosa Coral, la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven, interpretada por vez primera. El público que llenaba el teatro vienés Kärntnertor aquella noche de mayo de 1824 se puso en pie para aclamar la obra con una calurosa ovación. Daban patadas en el suelo, aplaudían y gritaban ¡Bravo!?. Pero Beethoven, de espaldas al público junto al director, no oía las aclamaciones. Uno de los solistas le tiró de la manga de la levita negra y le hizo darse la vuelta para que viera lo que no podía oír.
El silencio le fue envolviendo
A los 27 años, en 1798, Beethoven advirtió que de tanto en tanto tenía dificultades para oír. Dos años más tarde visitó por primera vez al médico por ese motivo. En 1802, seguía perdiendo gradualmente la facultad de oír y ya temía quedarse total e irremediablemente sordo. En una carta llena de angustia dirigida a sus dos hermanos se refiere incluso a la posibilidad de suicidarse: “No podría forzarme a decir a los demás: hablad más alto, gritad, porque estoy sordo... la humillación cuando alguien oyera una flauta... y yo no oyese nada”.
Durante los siguientes años, a pesar de su dolencia, el gran músico prosiguió tocando el piano como solista y componiendo obras de una profundidad y una fuerza sin precedentes. Compuso las magníficas sinfonías 3ª y 6ª, la Heroica (1804) y la Pastoral (1808), así como las 4ª y la 5ª, cuando ya oía muy mal. En 1820 se había quedado totalmente sordo y, aunque dejó de actuar en público, se negó a abandonar la composición. En una carta dirigida a su amigo de la infancia Franz Wegeler, afirmaba con dramatismo: “Agarraré al destino por el cuello y lo desfiaré”.
Bethooven adquirió la costumbre de dar largos paseos por la pintoresca campiña que rodeaba Viena, tomando notas de los temas musicales y las melodías que oía en su interior con tanta claridad como antes de volverse sordo. Después, laboriosamente, transformaba sus anotaciones en composiciones acabadas. En sus últimos años, cuando ya estaba sumido por completo en el silencio. Algunas versiones decían que el compositor para ésta época cortó las patas de su piano para poder sentir las vibraciones en el suele, pero ésto está completamente desmentido. Ludwing siguió trabajando, como todos los grandes compositores, con lapiz y papel, partiendo de las ideas que brotaban de se mente. Murió a los 56 años en marzo de 1827 y en sus últimos años, sumido completamente en el silencio compuso algunas de sus mejores obras, incluidos sus cinco últimos cuartetos de cuerda, la Missa Solemnis y la 9ª Sinfonía.